lunes, 28 de julio de 2008

Un teatro abarrotado de víctimas pequeñas... (Asi llego a mi e-mail)

Bajaba por la calle principal del Barrio San José, en Petare Norte cuando un niño -no más de doce o trece años- se me cruza en el camino, se levanta la camisa, cruza los brazos sobre su hundido abdomen, saca del cinturón dos relucientes pistolas niqueladas y me dice: "Mira, tu, el de la cámara, ven y me tomas una foto así", y posa con los brazos ahora cruzados sobre el pecho, exhibiendo las armas a la altura de sus hombros. "Yo no tomo ni publico ese tipo de fotos", contesté. Me miró sorprendido: "A mi si me interesa esa foto, pa´ que me respeten", dijo. Ante esta respuesta del niño, a quien llamaremos "Mario", me detuve y le dije: "Ven acá, que te voy a echar un cuentico…" Nos sentamos cerca de la mesa de ping-pong, un armatoste de concreto al lado de la Escuela José Manuel Núñez Ponte. Le conté de mi niñez en los barrios (Párate Bueno en Antímano, Los Magallanes de Catia, Ruiz Pineda en Caricuao…), y entró en confianza. Mario me contó de las palizas que le daba el padrastro. "Un día me amenazó con una olla de agua caliente, yo agarré un cuchillo y se lo clavé. El tipo era un chigüire, un mamag…. ¡Cuando vio su propia sangre le dio un yeyo!" Así empezó, a los nueve años, su vida en la calle. Me contó cómo el frío de la noche y el frío del miedo lo dotó de una nueva "familia": Otros cinco niños, tres varones y dos niñas, sin hogar como él, que de día andaban juntos para conseguir que comer y de noche se turnaban para dormir, a fin de evitar las "sorpresas" que les daban otros indigentes o algunos policías, "sorpresas" que solían terminar en palizas o violaciones. Me contó como las nauseas lo salvaron de meterse a "huelepega", pero no lo alejaron luego de otras adicciones. Ahora, a los trece años, Mario ya se consideraba "un hombre que sabe como es la vaina": Tiene un rancho, dos mujeres y una banda. Y una obsesión: "El que no me respeta, se muere".
Hablamos desde las cinco de la tarde hasta casi las nueve de la noche. Me escoltó hasta la salida del barrio. Cuando nos despedimos, le dije: "Bueno, ya que pasaste por eso y sabes como es todo, salte de esa vaina. Si sigues así no vas a llegar vivo a los 18 años". "¿Y pa' que quiero yo viví tanto?", me contestó. Diciendo eso, pegó una risotada. Una risa extraña, porque aunque los labios reían, los ojos estaban serios, duros. Se despidió chocando sus nudillos contra los míos, y echó a correr cerro arriba. Tenía razón. "Yo no voy a quedá pa' semilla", había dicho. La semana pasada supe que lo habían matado en un "tumbe", una disputa por un botín. Mario tenía 4 años de edad cuando el hoy Presidente de la República prometió solemnemente que si no acababa con el drama de los niños de la calle en un año, se quitaba el nombre. Cinco años después de esa promesa, Mario se convirtió en niño de la calle. Nueve años después, ya era cadáver.
Niños de la Escuela J.M. Núñez Ponte, bajando por la calle principal del Barrio San JoséHace 9 años los "niños de la calle" eran criaturas dedicadas fundamentalmente a la mendicidad. Hoy siguen siendo víctimas, pero además de agredidos también son agresores: Los delincuentes más violentos, más sanguinarios, tienen entre 11 y 16 años. Ya no son sólo instrumentos de criminales de más edad, que los usan porque la legislación vigente aplica penas menos severas a transgresores menores de 18 años. Ahora son bandas autónomas integradas por casi niños, temidas en su ferocidad hasta por los delincuentes mayores. En 2003 hubo en Venezuela un total de 923 muertes violentas de niños, niñas y adolescentes, para un promedio mensual de 87,7 víctimas; En 2004 el total subió a 1031 muertes violentas de niños, niñas y adolescentes, y el promedio mensual se ubicó en 93,8; En el 2005 el total de niños, niñas y adolescentes victimas de muertes violentas subió a 1045, con un promedio mensual de 95 víctimas, según cifras de la Dirección de Estadísticas del CICPC procesadas por CECODAP, una ONG especializada en la defensa de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Según la Fundación Escuela de Gerencia Social, adscrita al Ministerio del Poder Popular para la Planificación y Desarrollo, en ese mismo período los delitos cometidos contra niños, niñas y adolescentes pasaron de 6.782 casos denunciados a 8.169. Según el Monitor de Violencia e Inseguridad de la Asociación Civil Radar de los Barrios, el 2008 podría cerrar con una cifra cercana a 1200 niños, niñas y adolescentes víctimas de muertes violentas.
Para dar una idea de lo que significa esta cifra, es como si llenaran la parte baja de la Sala Rios Reyna del Teatro Teresa Carreño con niños, niñas y adolescentes, y los asesinaran a todos. De eso, de algo tan monstruoso como eso, estamos hablando. Hoy, Día del Niño, pensemos por un instante en los niños que, como Mario, no llegarán a cumplir 20 años, atrapados en las garras de la violencia. Hoy, Día del Niño, pensemos también en los niños y jóvenes que caerán víctimas de sus balas. Pensemos en el crimen que significa haber gastado todo el dinero que ha entrado en Venezuela en los últimos nueve años sin haber construido un país más seguro, menos violento, para nuestros hijos. Hoy, Día del Niño, pensemos en la burla sangrienta que significa llamar ahora "niños de la Patria" a quienes antes se llamaban "niños de la calle", como si el mero cambio de nombre significara de verdad un cambio en la vida. Pensemos en todo eso, pero por Dios, además actuemos en consecuencia.

6 comentarios:

El 22 dijo...

El gobierno no hara nada para mejorar la vida de esos chicos, al contrario, que mueran rapido es parte de la "solucion" al monstruo que crearon. Otros paises latinoamericanos son menos sutiles, tienen escuadrones de la muerte o paramilitares. Saludos.

El 22 dijo...

Hola Amiga!! ya tengo lo que me enviaste, gracias!!!!! Despues te cuento en detalle. Necesito que me envies tu post para las jornadas antes del 6 de agosto a mi email. Besos!

J dijo...

Cierto mi pelired!. Muy cierto. Te felicito por el hecho de "citar" aunque sea algo tan interesante. Es demasiado triste la degradación que se ve en la calle. Es la infancia perdida.

Cuando uno tiene hijos, de esos que son igualitos a uno, se es padre de todos los niños. Que dolor tan grande es ver a estos inocentes (por que lo son) que en vez de estar jugando con carritos y a los Power Rangers (como hago con mi hijo vestido del Power Ranger Azul) juegan con la muerte en su mundo de miseria. Me pregunto ¿preferran realmente, muy en el fondo de sus corazones esas armas a un juguete, a una escuela? ¿Realmente puede la miseria llegar a transformarles?.

No. No es tan estúpida la pregunta despues de todo. Te aseguro que alguien los rescata y al poco tiempo vuelven a ser niños. Interesados en el juego. En las aventuras. En la fantasía: en ser astronauta, piloto de autos de carrera... robot...

Me pregunto ¿como pueden existir seres que traen al mundo a estos angeles para luego abandonarlos a su suerte?. ¿Seremos muy estúpidos al hacernos esta pregunta cuando tenemos el estomago lleno y la despensa llena de delicatesses? O por lo contrario, es válido pensar "Por muy ignorante o pobre que se pueda ser, nada justifica el abandono" ??.

A veces pienso que quiza la pobreza extrema junto con el hambre termina acabando con el juicio.

Pero, ¿Como es entonces que los animales dan su vida por sus hijos en la mayoría de las especies mal llamadas "inferiores"?

El insignificante dolor que nuestros corazones puedan sentir, se diluyen rápidamente sin efecto alguno en este inmenso oceano humano tan inhumano. Materialista. Frio. Grandioso. Pero implacable.

Alguien dijo una vez: "Mientras mas conozco al hombre, mas quiero a mi perro". Tengo una remota idea. Creo entender. Pero, no todo el mundo puede ser tan malo. No. No.

Que Dios bendiga y se apiade de esas criaturas.

Nelly dijo...

Dios!!! Entre tu post y el "comentario post" de Juan Carlos, me erizé totalmente... La verdad es triste, pero es verdad...

Ya hay resultados de mi IELTS, pasa por mi casita y te enteraras!

Aiglee dijo...

Demasiado triste y cierto, da demasiado dolor :(

KT dijo...

Muy triste, pero es la realidad